ADRIANA DUQUE
Un día, la artista manizalita Adriana Duque entró a un supermercado por una barra de chocolate, y salió con los protagonistas de su serie Infantes, del 2009: tres niños de origen servo-griego que parecen sacados de un cuento de hadas. Ella dice que así aparecen su personajes, "como un mágico acto de predestinación". Los encuentra en sus viajes, en las plazas de los pueblos que visita y en los lugares menos esperados. Se trata de gente real que evoque a alguien inexistente, personas que se acerquen a los imaginarios que Adriana tiene en la cabeza, un archivo mental que contiene los cuentos que leía de niña, los paseos con sus primos a la casa de campo de los abuelos, las noches en las que se inventaban fábulas o en las que salían a buscar duendes e insectos luminosos.
Su fascinación por lo infantil y la fantasía es evidente. En sus fotos busca crear una dimensión alterna a la realidad, transmutar lo cotidiano y replicar su propio asombro. Adriana dice que llegó a la fotografía por "enamoramiento", pues, aunque estudió Artes Plásticas en la Universidad de Caldas, la carrera no hacía mucho énfasis en esa materia. Fue durante viajes, visitas a museos y galerías en Europa que se dio cuenta de que este era un medio interesante para trabajar. Haber ido al Festival de Fotografía en Arlés, al sur de Francia, la introdujo en los grandes formatos porque le recuerdan la sensación absorbente y casi hipnótica del cine. La serie Infantes, expuesta hace dos años en la Iglesia- Museo Santa Clara en Bogotá contaba con fotos de 5 metros de alto por 4 de ancho, verdaderas gigantografías.
Ai terminar sus estudios supo que quería dedicarse a la fotografía, pero más que estudiar los procesos tradicionales se interesó por la manipulación digital de la imagen. Y como en los cuentos, su deseo se cumplió de inmediato: recibió la beca Carolina Gramas con la que se fue a Barcelona a especializarse en Fotografía Digital, en el Instituto Cristart.
Ella define su técnica como trabajo digital realizado con una visión pictórica y una inspiración decididamente clásica, en la cual prácticamente se vuelve pintora y retoma la formación de la academia para aplicar el hiperrealismo del óleo a través de las herramientas digitales. Su trabajo es atemporal y casi onírico, sus fotos están impregnadas de fantasía que camufla la realidad.




